Historia del Instituto en México
Nuestra Señora de la Vida
Es la familia espiritual fundada por el Beato Padre María Eugenio del Niño Jesús, con la colaboración de una laica, María Pila.
El origen del nombre de “Nuestra Señora de la Vida” se debe al santuario ubicado en Venasque, en el sur de Francia, capilla en donde se venera a la Virgen María con la advocación de Nuestra Señora de la Vida desde el siglo VI. En ese lugar fue donde nació y creció el Instituto.
La espiritualidad de los miembros del Instituto es la del profeta Elías, la del Carmelo: quieren recibir su espíritu y vivir de él, el espíritu de Santa Teresa de Ávila, de San Juan de la Cruz, de Santa Teresita del Niño Jesús.
Su ideal es dar testimonio en el mundo de la primacía de Dios a través de la oración y el trabajo profesional, en las condiciones de la vida ordinaria.
En 1947, el Papa Pío XII instituyó los Institutos Seculares.
En 1948, el Instituto Nuestra Señora de la Vida fue uno de los primeros en ser reconocido como Instituto Secular.
Un Instituto Secular está abierto a todas las profesiones o ministerios cuyas condiciones varían según el país en que esté presente
El Instituto Nuestra Señora de la Vida consta de tres ramas: la rama femenina, la rama masculina laica y la rama sacerdotal; cuenta también con asociados y matrimonios. La rama femenina inició en Francia en 1932, como grupo laico carmelitano.
Las ramas masculina y sacerdotal empezaron en 1964 y 1966 respectivamente.
Y desde 1973 el Instituto Nuestra Señora de la Vida es reconocido oficialmente como un solo Instituto con tres ramas autónomas. Unidas forman un solo árbol y se nutren de la misma espiritualidad.
Las fundaciones fuera de Francia se sucedieron: 1954, Filipinas; 1955, Alemania; 1960, México y Japón; 1964, España; 1965, Polonia, 1983, Taiwan... En la actualidad son aproximadamente 600 miembros dispersos en 20 países.
Cada miembro del Instituto Nuestra Señora de la Vida, ya sea laico o sacerdote, ejerce su actividad profesional o su ministerio manteniendo la fidelidad a las dos horas cotidianas de oración silenciosa. Su consagración total a Dios se realiza por la vivencia de los tres votos reconocidos por la Iglesia: castidad, obediencia y pobreza.